La soledad de quien llega

Es muy probable que conozcas en tu barrio a personas que han tenido que dejar su tierra de origen para emprender aquí un futuro más próspero, ya sea de forma temporal o quizás permanente. En la cafetería, en la escuela, frecuentando o trabajando en los comercios donde acudes, te cruzarás a menudo con estas personas.

Son tus vecinas y vecinos, que vengan de donde vengan, ya forman parte de tu entorno. ¿Has pensado alguna vez en saludarles, conversar o, siquiera, preguntar su nombre?

Dejar el hogar y lanzarse a un futuro incierto conlleva gran dosis de valentía. Lo hacen millones de personas en todo el mundo, animados por la esperanza de mejorar su situación. Esta búsqueda de oportunidades  tiene sus consecuencias, especialmente en lo que respecta al ánimo. Uno de los aspectos más coincidentes entre la población migrante es el sentimiento de soledad no deseada que influye significativamente en sus vidas

Sabemos que la soledad no deseada es un fenómeno con muchas caras, que se ve amplificado por múltiples desafíos: hacerse a un idioma que no es el propio – aunque se parezca-, la distancia física de familia, las diferencias culturales a la hora de entender y hacerse entender en la nueva sociedad, y la dificultad considerable para hacer amistades cercanas en el lugar de destino, son factores que alimentan el aislamiento.

Sentir soledad o irrelevancia para nuestro entorno, puede llegar a provocar depresión y ansiedad y aumentar el riesgo de trastornos psicológicos que afectan negativamente la calidad de vida y la integración social de estas personas.

¿Qué podemos hacer para acoger mejor?
Para abordar este reto, muchas instituciones públicas y organizaciones sociales planifican e implementan programas de acogida que incorporan estrategias para prevenir y aliviar el impacto en la salud mental de las
personas migrantes. Es esencial y esperanzador el aumento de reconocimiento de este problema latente en la sociedad. Esta sensibilidad hacia los aspectos menos visibles del movimiento de población migrante mejorará sin duda la acogida para la construcción de una comunidad más saludable. Pero no es menos importante la creación redes de apoyo cercanas en el vecindario.

Vecinas y vecinos somos también responsables de acoger con respeto a las personas que llegan. Pensar que podríamos ser nosotros/as o nuestros seres queridos quienes estuvieran en esta situación nos puede hacer reflexionar sobre cómo acogemos y tratamos a quienes han tenido que migrar. Quienes escogen nuestro barrio para su nueva vida, necesitan sentir que nos importa su bienestar.

Si tenemos oportunidad y tratamos de escuchar y comprender a las personas migrantes, se sentirán más propensas a construir nuevas relaciones sociales en su nuevo entorno para poder disfrutar así de una vida más satisfactoria.

 

 

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